EL MARCIANO
La noche está quieta y tranquila. El óvalo lunar asoma pálidamente en lo alto. No hay ninguna estrella que luzca su belleza en el cielo. Un cielo que aparece como un inmenso e inacabable manto de terciopelo negro.
Conduzco el coche a velocidad moderada, rodeado del silencio y la soledad del campo que, a tales horas, se hacen impresionantes. Es entonces cuando veo un extraño resplandor. Si fuese algo corriente no me llamaría la atención. Pero encuentro tan anormal y desusado aquel fogonazo intermitente que no puedo por menos de pisar el freno y acercarme para ver que es aquello.
Mi viva curiosidad me hace atravesar una oscura arboleda. Llego entonces a un pequeño claro, en medio de la frondosidad.
Lo que veo me deja atónito. Mis ojos se abren como platos y el asombro me estremece. Porque lo que contemplo,no sé ciertamente qué es, pero sí me deja entrever que estoy ante algo extraordinario e inaudito y que escapa de mi limitado entendimiento.
A simple vista parece una pira gigantesca y colosal, Yo la definiría más bien como una masa indeterminada de cromáticos e iridiscentes colores, que lanza vivísimos y penetrantes destellos.
Cierro los ojos instintivamente, cegado por la luz. Cuando los entreabro, una densa neblina azulada empieza a envolverlo todo, misteriosamente, ocultando de mi vista cuanto tengo alrededor. Al mismo tiempo, un olor dulzón y empalagoso invade mis fosas nasales.
Mis piernas se clavan al suelo como estacas inamovibles. El terror y el miedo se entremezclan dentro de mí, con salvaje desconcierto. El corazón galopa frenéticamente, del todo descompasado.
Un estímulo cerebral me impulsa con fuerza a marcharme de allí cuanto antes. Pero los pies se niegan a andar, cual si estuviesen presos en irrompibles e invisibles argollas. Un sudor frío brota de mi piel, en abundantes torrenteras. Tiemblo. Creo que voy a desmayarme. Las fuerzas físicas me abandonan. Voy a rodar por los suelos cuando, en estos angustiosos momentos, noto que algo me toca, casi imperceptiblemente. Y al instante, como si se obrase un milagro se opera un gran cambio en mí. El pulso vuelve a su cauce normal, mi cuerpo recobra su justo equilibrio, y siento una desconocida sensación de alegría y optimismo que alejan el miedo cerval y el pavor que antes me convulsionaban. El paroxismo ha cesado. ¿Qué me ha ocurrido? ¿A qué se debe tan súbita y favorable reacción?
- No temas nada, terráqueo, y acércate.
La voz suena en mis oídos imperiosa, con cierta reticencia metálica. Lejos de asustarme, avanzo unos pasos. Empiezo a distinguir una cosa despegándose de la masa heterogénea y que se acerca a mí, deteniéndose a dos escasos metros de donde yo estoy. Es como un haz de luz amarillenta y transparente, que no produce resplandor.
- Te saludo, terráqueo, en nombre de todos los zooms.
He vuelto a oir la misma voz, esta vez en un tono menos metálico y más amable.
- ¿Quién me habla? -pregunto.
- Escucha, soy un ser de un mundo muy lejano al tuyo. No pretendo hacerte daño alguno. Tan solo quiero despedirme, por medio de ti, de la raza humana antes de volver con los míos.
La serenidad que me embarga hace que mi cabeza piense cuerdamente y razone del modo más oportuno todo cuanto me sucede. La realidad es palpable. Parece no existir la ficción.)Aquello tan raro debe ser una nave espacial, un platillo volante. Y lo que tengo delante de mis narices, un marciano. Ni más ni menos. No sé cómo lo reconozco todo con tanta naturalidad. Pienso que debe ser el estado tan inexplicable en el que me encuentro.
- Sé qué piensas. Puedo adivinar el pensamiento. Te diré una cosa. Cuando viste mi nave, la emoción iba a producirte un ataque al corazón que te hubiese sido mortal. Te apliqué mi ciencia y te salvé, sumergiéndote en un letargo de tranquilidad y sosiego.
- Te agradezco tu gesto al librarme de la muerte. Ahora dime, ¿eres realmente un marciano? La verdad es que nunca hubiese pensado que los extraterrestres fueseis así. Siempre os imaginé en forma de hombrecillos verdes, con nariz y orejas en forma de trompetilla y pies parecidos a los de una rana. Y con un par de ojos saltones como los de un sapo.
- No vengo de Marte, sino de Zoomsia, un planeta que dista un número infinito de miles de millones de años luz de la Tierra. Y comprendo tu sorpresa al verme tal cual soy, y no corresponder a la idea que los humanos os habéis forjado de nosotros.
- Es que cuesta creer que un rayo de luz sea el habitante de otro mundo.
- No soy luz, sino energía. Una energía poderosa como tu mente no podría jamás imaginar.
- No sé ciertamente qué me ocurre, la verdad es que estoy hablando contigo igual que podría hacerlo con un viejo amigo de siempre. Nunca creí llegar a verme en una situación tan inverosímil como la presente. Si he de serte sincero, te confesaré que siempre dudé de la existencia de los platillos volantes, y de los marcianos y demás zarandajas. Todo esto me producía risa, te lo aseguro, una gran risa.
- Los terrícolas siempre habéis pecado de ingenuos por muy sabios que os creáis. Vuestra ciencia, vuestros cohetes, apenas han visto una ínfima partícula de lo que es la inmensidad del Universo. Pensáis que estáis solos en el Cosmos, cuando en realidad hay infinitos millones de planetas, de asteroides repletos de criaturas vivientes a rebosar. Habláis de soledad espacial, cuando no podéis estar más acompañados de lo que estáis. ¡Ah! La pobre raza humana, que se cree un gran elefante cuando apenas es una insignificante hormiga que puede ser aplastada fácilmente.
- ¿Por qué dices eso? ¿Acaso nos desprecias? ¿Pretendes burlarte de nosotros?
- No es mi intención despreciaros, ni burlarme tan siquiera. Solo quiero hacerte ver la pequeña cosa que sois los humanos.
- Si somos tan pequeña cosa, ¿quieres decirme qué eres tú? Estoy deseando saberlo.
El dichoso marciano, o lo que fuese, me había sacado de quicio, con sus aires de superioridad.
- Perdóname, no he querido ofenderte. Mira, un zoom no puede ser comparado a un hombre por más que se pretenda.
Hizo una breve pausa.
- Me has caído simpático, y voy a responder a todas esas preguntas que pululan en tu pensamiento sobre el motivo de mi presencia aquí.
- Es lo mejor que puedes hacer.
- Hace tiempo descubrimos que la energía de la que nos nutrimos era insuficiente para todos Aumentábamos en número cada vez mayor. Zoomsia se volvía pequeña. Entonces se decidió enviar cinco naves en busca de un nuevo mundo, más grande, donde establecernos todos los zooms. Yo salí en una de esas naves. Recorrimos todo el espacio de parte a parte, sin encontrar lo que buscábamos. Así, hasta que descubrimos tu planeta. Pero no lo encontramos en el estado actual. Sobre él no había nada en absoluto. Reinaba la más impresionante soledad y el más completo vacío. Por misteriosas fuerzas que aún desconocemos, fueron creándose paulatinamente, los mares, los océanos, los continentes… Los primeros seres vivientes aparecieron sobre la faz de la tierra, bien en forma de plantas, bien en forma de animales y otros, de tamaños microscópicos. Según vuestra medida del tiempo, el siglo, estos fueron sucediéndose. Unos animales sucumbieron dando vida a otros nuevos, las tierras tomaron otros perímetros, los océanos se corrieron… Todo se transformaba. Pero lo que más poderosamente nos llamó la atención, fue la fase evolutiva que siguieron unos insectos. De animalejos insignificantes que eran, al paso del tiempo y por mutaciones complejas se convirtieron en primates llegando a constituir lo que hoy es el hombre.
- Has estado diciéndome conceptos que ya sé por los libros.
- Lo que he querido decirte es que hemos seguido toda la historia de vuestro planeta desde que el primer soplo de vida alentó en él, hasta ahora. Estudiamos y asimilamos hasta el más mínimo detalle todas vuestras formas de vida, de cultura, de comportamiento, de lenguaje. En una palabra, lo sabemos todo sobre todo. Y hemos llegado a la conclusión de que la Tierra, por sus condiciones naturales, es el lugar ideal para los zooms. Aquí podríamos vivir todos e infinitos descendientes más.
- Entonces, ¿estás dando a entender que en breve los trasladareis aquí? ¿Acaso hablas de una invasión?
- Acabas de hablar en el lenguaje típico del ser humano. Has dicho invasión. Los zooms desconocemos esa palabra. Su significado práctico ni ha existido ni existirá nunca para nosotros. Para asentar nuestro pueblo en la Tierra, deberíamos cumplir antes que nada un requisito sin el cual nuestro traslado aquí no podría ser realizado.
- ¿Y cuál es ese requisito?
- Borrar del planeta Tierra al hombre, exterminarlo completamente.
Es el estado tan calmoso en que me encuentro el que me impide reaccionar violentamente.
- Has dicho que el término práctico “invasión” no existe para los zooms. Y ahora dime, ¿no es invasión irrumpir en el territorio de otros y destruirlos, saquearlos, sembrando la muerte y someterlo todo al despotismo del invasor? ¿No sería la vuestra la más cruenta invasión que jamás se vio en el Universo? No comprendo tampoco que, siendo que toda invasión rebaja, humilla y sojuzga al vencido, ¿a quién esclavizaríais vosotros si no quedaría un solo humanoide en el Globo?
Queréis invadir un planeta vacío, sin pobladores. No le encuentro sentido.
- No has entendido mis palabras. Ese requisito, de llevarlo a cabo, nos abriría las puertas de tu planeta, más no podemos cumplirlo, nos vemos impotentes para ello.
- De modo que es eso, nos teméis. Nuestras armas nucleares, nuestros ingenios bélicos os han convencido de que en una lucha contra nosotros seríais los vencidos.
El zoom estalló en lo que parecía una carcajada estrepitosa.
- No me hagas reír, ¿acaso crees por un instante que nos detiene vuestro armamento? Realmente eres gracioso. ¡Iluso! Con una pequeña parte de mi fuerza podría convertir tu grandioso planeta en añicos, reducirlo a la nada. Y esto sólo sería una mínima prueba de nuestro poder.
- ¿Y por qué entonces no realizáis vuestra incursión siendo así que no os detendría nada?
- Nuestro inimaginable potencial, la inmensa fuerza que poseemos,
es una energía creadora, constructiva.
Tenemos la facultad hacer, edificar, de levantar sobre algo que no existe. Pero nunca podríamos –por más que lo pretendiéramos- destruir, dañar al más insignificante ser, ni tan siquiera a un pulgón. No estamos capacitados, hechos para matar, segar vidas, sean cuales fueren. Sólo hay una cosa que acabaría fácilmente con nosotros si bajásemos aquí.
- Estoy intrigado en saber cuál es esa terrible arma que suprimiría a entes tan indestructibles.
- No es un arma física.
- Entonces… no puedo adivinarlo.
- El odio.
- ¿El odio? No comprendo.
- Desde que el primer bicho viviente puso sus patas en el suelo, el Globo ha estado siempre bañado y anegado de sangre. Ya los animales prehistóricos se mataban los unos a los otros, devorándose. Ya luego el hombre nos hizo creer que su inteligencia le salvaría de la hecatombe sangrienta. Inútil suposición. Se convirtió en el animal más despiadado y sanguinario de todos cuantos existían y existen. Su ocupación predilecta desde siempre fue matar. Degollaba a los animales para su nutrición. Pero exterminaba y extermina cada vez más a sus semejantes, por un placer que guarda y desarrolla nada más nacer. Desde las remotas civilizaciones hasta las presentes, el culto a la muerte se ha convertido en un rito fiel e implacable. Toda una exacta ciencia para esclavizar, oprimir, aniquilar al prójimo se ha desarrollado con funestas consecuencias. Las armas han cambiado, pero el instinto asesino continúa pegado al hombre. Y aunque se crean organismos para la paz, es lo mismo. Se sigue matando, se saquea, se destruye, con saña, alevosamente. Y sin remordimientos. La Humanidad mata a la Humanidad porque goza haciéndolo, aunque luego quiera justificarse con banales pretextos de conciencia. Ese odio exacerbado que corroe vuestros corazones es el que nos impide bajar a tu mundo. Porque ese odio engendraría ondas destructoras que, al chocar con nuestra fuerza creativa, nos debilitaría y nos exterminaría. ¿Comprendes ahora?
Apenas puedo balbucir nada.
- Pero hay hombres buenos…
- Sí, los hay, y aunque su vida es recta, la agresividad la llevan dentro capaz de desatarse en cualquier instante. No, no podemos venir, ni arriesgarnos tan siquiera. Vosotros os lo perdéis. Si no fuerais como sois y viviésemos juntos, ningún terrícola moriría de hambre ni de sed ni existirían injusticias. Bastaría un poco de muestro saber para convertir toda la superficie terrestre en campos de cosechas inagotables y los mares en maravillosos viveros. Eliminaríamos los terremotos, los ciclones, someteríamos a la Naturaleza. Las enfermedades y los padecimientos desaparecerían, nadie sufriría jamás de ningún mal. La muerte dejaría de ser una pesadilla para vosotros. Todo el mundo sería feliz.
- Es muy bonito lo que estás diciendo. Si acaso fuese cierto….
. Podría ser verdad si no tuvierais esa coraza de odio con la que os protegéis absurdamente de la felicidad y que constituye vuestra segunda piel. Además, todas vuestras teorías no hacen más que pregonar que las soluciones a los problemas del hombre están en el mismo, es él quien tiene que hallarlas. Es vuestra lógica. Ahora yo digo… ¿por qué no pueden venir dichas soluciones de otros seres, según vosotros también criaturas de Dios? Por qué no? Lo que existe no es exclusivo del hombre y por lo tanto el desarrollo de las circunstancias que le rodean no dependerá únicamente de él ni de su saber.
Quien nos dio a los zooms la energía que poseemos –a quien ignoramos y del cual solo sabemos que existe ciertamente- no nos otorgó un papel puramente pasivo. Si vosotros modificáis vuestra conducta y el ambiente que os rodea, así lo podremos hacer nosotros también. De hecho lo haremos.
- ¿Por qué queréis salvarnos?
- Porque el hombre no está capacitado para ello. Mira, cuando un ser lleno de odio muere, nace también otro que el día de mañana rebosará maldad y maltratará a sus semejantes. Esto forma como una cadena que no termina nunca y es necesario romper. En el fondo me dais lástima.
No sé qué pensar. El dichoso zoom tiene toda la razón.
- Cuando cuente todo esto no me van a creer.
- Más vale que no lo hagas, te tomarían por un loco. En nuestras investigaciones nos manifestamos a muchos humanos. Ojos de todas las razas vieron nuestras naves cruzar los cielos y lenguas de todos los continentes pusieron en tela de juicio nuestra existencia. Y nadie creyó lo que era verdad. Lo mismo ocurriría contigo.
- Al principio me has dicho que os ibais de la Tierra. ¿Acaso habéis encontrado, además del nuestro, otro planeta idóneo para vosotros?
- No. El tuyo es el único que nos sirve. Sólo aquí hemos hallado lo que nos conviene.
El ser hizo un silencio que no me atreví a romper.
- Te revelaré algo que nadie sabe. Dentro de veinte años todas las razas del Globo lucharán las unas contra las otras. Una gran guerra lo asolará todo. Nadie quedará con vida ni aún el más pequeño de los microbios.
Otra pausa que no hizo más que aumentar mi desconcierto.
- Voy a darte la oportunidad de salvarte. Vente conmigo a Zoomsia y no te ocurrirá nada. Allí no sucumbirás por aniquilamiento.
Recapacito unos instantes.
- Si como dices habéis visto el futuro de los humanos y su total destrucción, ¿puedes prever qué será de mí en un lejano y distinto sistema planetario al mío privado de lo que es propio a mi condición de humano? ¿Qué papel desempeñaré, un hombre solo en medio de zooms? ¿No seré un bicho raro objeto de estudio y curiosidad?
- Nada de eso. Esta misma proposición que te hago se la hicimos a otros hombres y mujeres que aceptaron y viven felices hoy día en Zoomsia. Transcurridos los veinte años y una vez los hombres se destruyan, bajaremos todos, terrícolas y zooms, y construiremos una Tierra nueva. Entonces todo será diferente, la raza humana habrá perdido su agresividad y fiereza y desconocerá el odio y la ambición. Sólo se vivirá para la felicidad y el amor lo presidirá todo. ¿No es esto acaso lo que siempre pretendisteis?
- Es muy generoso tu ofrecimiento. No me tomes por tonto si te digo que no puedo aceptar. Debo correr mi suerte, la suerte de todo hombre descendiente de hombre. No puedo renunciar cobardemente a mi naturaleza terrena y pretender huir del castigo que ha engendrado mi odio y mi maldad. ¿Me comprendes?
- Sí. Tu posición es la de un valiente. Por eso te daré un talismán. Úsalo cuando veas que llega el caos. Él te inmunizará permitiéndote recibirnos a nuestra llegada. Ahora solo me resta decirte adiós. – y sin esperar respuesta se esfumó.
En el lugar que ocupaba, en el suelo, hay una piedra anaranjada. La cojo. Es untuosa al tacto. La envuelvo en el pañuelo. Entonces oigo como un susurro y veo elevarse la nave de aquel alucinante ser. Poco a poco va perdiéndose en la negrura de la noche, soltando fulgores que se apagan lentamente.
Pienso que todo es una pesadilla, un suceso ficticio. Presiento que voy a despertar, de un momento a otro, sobre la cama. Pero tengo los ojos abiertos, estoy completamente lúcido y despejado. Mi aventura ha sido real.
Sumido en un mar de confusiones regreso al coche y prosigo la marcha. De entre todos los pensamientos que estrujan mi cerebro, una cuestión sobresale a las demás. ¿Será verdad el fin del mundo dentro de 20 años? ¿Sólo un plazo tan corto de vida tiene la humanidad? Palpo con la mano el bolsillo. Tengo el talismán. Y surge la pregunta. ¿Lo usaré?
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