Una imagen recuperada de este precioso y noble animal ya desaparecido, tras un día en las cumbres del Pas.
La pequeña anecdota que la acompaña, tambien recuperada, sucedio al poco tiempo de ser adoptado y rescatado. Espero que os guste.
Salvaje instinto
Volvimos con Rasta al monte por primera vez desde que lo adoptamos, el brusco cambio que había dado su vida, nos hacia temer a su dueño y a mi que supusiera un trastorno para el perro recientemente adoptado. La casa donde vivía tenía una amplia terraza a la que asomaba a todas horas, como si intentara recobrar el espacio perdido, su libertad.
Para el perro el viaje en coche, repleto de curvas, supone un reto. Saliendo de Panes por la carretera que va hasta Arenas de Cabrales, nos dejo la primera señal de su estado de ánimo. Un olor agrio llegaba desde la parte trasera del automóvil donde el can viajaba.
Detuvimos el auto a la entrada del pueblo, con la intención de tomar la pista que sube a la Vega de Nava, con la pretensión de cruzar toda la sierra de Juan Robre y bajar a comer al pueblo de Tres Cares, puesto que en el hotel Monterrío, un pequeño negocio familiar, ponen un “cabrito” exquisito, propio de la zona y en su terraza hay mesas que dan vista a la pequeña mies por donde transcurre con calma aparente el río Cares. La vista es hermosa, la comida excelente y el trato amable.
La ruta se adentra en un poblado encinar que crece próximo a la rivera, para más tarde salir a un espacio abierto por el que discurre un enconchado y zigzagueante camino en perfecto estado. Siguiéndolo se alcanza sin apenas esfuerzo el idílico paraje de Nava.
El día nebuloso impide que el sol de de plano y hace amena y pausada la caminata.
Las cabras disfrutan en las fuertes pendientes que jalonan estas peñas, comiendo las recias y diminutas hierbas que entre ellas crecen. Un rebaño descansa en las Lleras que se precipitan al río, Rasta olfatea tenso y a pesar de que su dueño lo azuza
-vamos Rasta, ale Rasta,venga Rasta
Se muestra indiferente a los animales contrariándolo.
-Aún no me hace mucho caso, comenta su dueño extrañado, creo que no le gustan las cabras.
El inteligente animal, comprende la imposibilidad de corretear por terrenos tan peligrosos. Me viene a la mente la conversación con un lugareño, que impresionado por el perro pregunta:
-¿de que raza es el animal?
-mezcla de pastor Catalán y Vasco, contesta su dueño
-seguro que es muy bueno para “la raspa”, nos dice sin perderlo de vista.
Nadie sabe que significado tiene la palabra y continuamos la ruta sorprendidos. Divisamos el grisáceo petril de la fuente al comienzo de la cuesta última que nos introduce en la vega, probamos el fresco líquido que alivia los sudores del camino y transitamos por sus prados.
Nava es una amplia vega orientada al sur, que de oeste a este discurre paralela al río Cares. Repleta de cabañas en perfecto estado, sobre los contrafuertes del murallón calizo que la sostiene. En sus prados pasan los inviernos los ganados de Arenas, antes de que con la llegada del calor veraniego busquen los pastos más elevados y frescos de las altas majadas de los Picos de Europa, de Portudera o del Cuetón donde se encuentran las bellas majadas de Ondón, Tordín y Ostandi.
Durante la primavera toda la vega es un verde manto repleto de flores de todos los colores. Entre las altas hierbas el trinar de las aves recorre toda su extensión.
En otoño, cuando aparecen los primeros fríos y la nieve visita las partes altas del Cares, es un placer caminar por esta vega que se torna dorada y ocre, rodeada del blanco intenso con que se visten las cumbres. El retorno de los rebaños inunda de vida y bullicio los días.
Durante el estío, reina el silencio en la vega.
Caminar por esta mullida senda de constante verdor, regada por las primeras lluvias del año y acompañados del sonido permanente de los campanos, produce la vital sensación del pastoreo. El olor de la hierba mojada rezuma poderoso. La lentitud con que las vacas pastan y el permanente balido de los rebaños de ovejas mientras rumian ajenas a nuestra presencia, el abundante manjar que la vega ofrece, impregna de tranquilidad nuestro espíritu.
Ajenos a la inquietud de Rasta y confiados por la aparente calma que parece llenar el mediodía, hacemos un alto frente a un rebaño de confiadas ovejas que pastan felices sin sospechar lo que va a suceder.
El perro mira a su dueño nervioso, nadie se percata de la tensión que le invade, del ansia que se apodera poco a poco de su menudo y musculoso cuerpo. Temblando levemente, espera una señal que su reciente amo da sin medir las consecuencias.
–Ale Rasta, venga Rasta, vamos Rasta.
Como un resorte, el obediente animal, sale tras la oveja más cercana, acorralándola contra las pendientes que caen al río.
Los gritos del propietario y la frenética carrera tras los animales es lo último que podemos ver.
Perplejos ante la situación y sin apenas comprender lo sucedido, esperamos pacientemente la vuelta de los fugitivos.
El perseguidor regresa cansado, tras de un tiempo, sin el perro y presa del desanimo. Por la vertiente contraria, de la parte alta, baja un pastor con su palo y llega hasta donde nosotros nos encontramos gritando con enojo
-Mordiome una oveja
-vilu todo desde arriba
Pastor y dueño descienden por la pendiente en busca de la fiera que anda suelta.
Vuelven a subir con el animal a buen recaudo e inician una conversación que nos tranquiliza.
-no paso nada, mordiómela, hizola un rasguño sin importancia
-se la hubiera pagado, contesta el dueño sujetando al perro
-peor hubiera sido si me despeña el rebaño.
Tras de la escaramuza continuamos caminando por la vega hacia un evidente collado donde esta termina.
En lo alto la tibieza del aire que asciende por el camino que viene de Caraves, alivia las emociones vividas.
Iniciamos el descenso a la aldea, escuchado las explicaciones del dueño que lleva a su perro atado:
-ha sido culpa mía, nos dice
-he visto las ovejas y he probado al perro, en cuanto se lo he dicho, le ha tirado un mordisco a una de color negro y se ha lanzado a por otra blanca, acorralándola en un cortado. Suerte que no ha pasado nada
-pensé que no me iba a obedecer, se ha lanzado como un poseso.
Camino de Trescares, la fiera va suelta y el perro atado.
No se si aquel hombre, el de Arenas, se refería a lo sucedido cuando hablaba de “la raspa”. Si algo ha quedado claro es que el perro quiere a su dueño, que al mínimo gesto y al oír el tono imperativo de su voz, saca a relucir su instinto salvaje. Logrando satisfacer de esta manera el salvaje instinto de su dueño.
Arenas de Cabrales, Mayo del 2005